Para entrar a la mezquita Sheikh Ibrahim Bin Abdulaziz
Al-Ibrahim, en Quebrada Honda, es necesario anunciarse ante uno de los serenos
que permanecen allí día y noche. Faltan apenas 10 minutos para la oración del
mediodía, pero las normas de seguridad no pueden relajarse. Esa es la única
garantía de que, una vez adentro, el creyente gozará de la tranquilidad
necesaria.
Cerca de ese templo, hay un puesto de la Guardia del Pueblo.
Más allá, un cuartel de la Policía Nacional Bolivariana. Aún así, el hampa en
los alrededores es tan feroz que los directivos de la mezquita han sufrido
cinco asaltos este año, en el trayecto que hay entre la estación Colegio de
Ingenieros y la reja de entrada a la edificación.
El líder religioso de la mezquita, imán Mohamed Mitwaly,
reconoció que la creciente criminalidad no favorece la práctica religiosa.
Recordó una norma del credo musulmán: “Cuando la inseguridad es extrema, la
persona puede reducir su tiempo de oración incluso hasta la mitad”.
A 300 metros de allí, en la sinagoga Tiféret Israel, los
extraños no pueden pasar sin someterse a una revisión. Cinco cámaras fueron
instaladas en el muro que da hacia Plaza Venezuela, y por si fuera poco dos
agentes de la Policía Nacional permanecen a un lado de la entrada.
Aún así, de acuerdo con el rabino principal Isaac Cohén, el
auge delictivo los obligó a alterar levemente los horarios de los servicios de
la tarde y la noche, de manera que finalizaran más temprano. Además, la comunidad
fue instruida para salir de la instalación en grupos, pues se considera que así
será más difícil asaltarlos.
“Hay un principio religioso: el cuidado personal es más
importante que la presencia en el templo. Si hay algún riesgo de ir a la
sinagoga, es preferible quedarse en casa”, afirmó.
El auge delictivo en Venezuela no sólo ha obligado a buscar
alternativas al dogma religioso. También ha alterado la noción de los templos
como lugares permanentemente abiertos, a los que podían acceder no solo los creyentes
sino también los curiosos o turistas.
En la Catedral de Caracas fue necesario recortar los
horarios de apertura. Los domingos, cuando suele incrementarse el número de
visitantes, el templo cierra a las 5:00 pm. Aún así, los antisociales se han
apropiado de candelabros, letras de bronce e incluso de un asta de bandera. El
último robo fue el 16 de agosto, cuando abrieron el armario de una oficina y se
llevaron una cámara fotográfica y sus accesorios. El acoso es tal que, como
medida preventiva, fue necesario sacar de la vista del público algunas piezas
de la exposición sacra.
No solo han sido hurtos esporádicos. El párroco Juan Carlos
Silva informó que en abril fue asaltado un turista mientras recorría el lugar.
“Hemos entablado comunicación con la Policía de Caracas, que ha sido receptiva.
Pero el problema de la inseguridad nos desborda”, expresó.
Secuestros y asaltos. Los evangélicos también han sufrido
los rigores de la criminalidad. Como ha ocurrido en las otras prácticas
religiosas, ellos han tenido que alterar los horarios de culto y desistir de
las jornadas en las que hacían visitas a domicilio.
“Hace 20 años, tocábamos las puertas de las casas. A veces
nos daban permiso para pasar y hasta nos tomábamos un café. Ahora, ni siquiera
lo intentamos. Es muy riesgoso. Ni siquiera yo estaría de acuerdo en que abran
las puertas de los edificios a personas extrañas”, dijo el pastor Joaquín
Pirela, secretario de Actas del Consejo Evangélico de Venezuela.
Recordó que en julio, cuatro hombres armados robaron las
cestas en las que guardaban las ofrendas en el templo Pentecostal de Catia. Los
asaltantes se hicieron pasar por feligreses hasta que finalizó la colecta.
Luego, huyeron en dos motos.
Desde entonces, en ese lugar han tenido que contratar a un
vigilante.
Al igual que en los templos católicos, los pastores
evangélicos cada vez con mayor frecuencia recuerdan durante las ceremonias la
necesidad de no dejar desatendidos los efectos personales.
Este año, además, los antisociales han comenzado a
secuestrar a familiares de los pastores. El Consejo Evangélico ha registrado
casos en Caracas, San Diego y Maracaibo. En uno, los familiares del cautivo
pagaron rescate.
Merma de seguidores. Musulmanes, católicos y evangélicos
reconocieron la disminución en la cantidad de personas que asisten a los
templos y reuniones religiosas.
Durante el último ramadán, por ejemplo, se calcula que la
asistencia de personas mermó en 20%. Los evangélicos tienen la misma
preocupación.
“La delincuencia está haciendo que la gente no asista”,
afirmó Pirela.
Resistencia al delito. El director del Observatorio
Venezolano de la Violencia, Roberto Briceño León, afirmó que las iglesias en el
país han debido adaptarse con fórmulas similares a las aplicadas durante
tiempos de persecución por razones religiosas o políticas.
“Aquí no tenemos ninguna de esas dos razones, pues la
persecución es criminal”, explicó.
Recordó que los católicos ahora evitan las procesiones
nocturnas en sitios considerados riesgosos, así como las misas de medianoche o
de gallo.
Dijo que en países como Brasil, Guatemala y El Salvador las
prácticas religiosas han sufrido cambios similares a las de Venezuela.
“La religión no solo ofrece consuelo ante las pérdidas o la
falta de castigo. Además, empieza a ser una fuerza moral de enfrentamiento al
delito”, añadió.
Recordó que en Ciudad Guayana grupos religiosos han
organizado marchas para expresar rechazo ante el auge delictivo. (EN)
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